Su cuerpo desnudo descansaba sobre la cama fatigado de miradas ajenas, de manos ansiosas, de tanto desgaste. Se llamaba Svetlana, aunque ya casi nadie la llamaba así. Cuando estaba sola, se entretenía observando las fotos de un pasado no tan lejano, recuerdos de una vida robada que creía irrecuperable. Cuando aquel hombre tiró la puerta abajo de una patada, apenas se inmutó. Estaba tan acostumbrada a la violencia que no fue la entrada agresiva lo que la turbó, sino la voz serena de ese hombre que la instaba a que se vistiera y le acompañara. Obedeció, asustada, y solo comprendió lo que sucedía cuando los vio a ellos, esposados, en un rincón de la sala, y a ellas, arropadas con sábanas, esperando con alegría contenida la llegada de su libertad.
Algunas veces sucede que aparecen los buenos y detienen a los malos, pero ninguna sentencia podrá devolver el tiempo robado. Un beso.
No, nadie les devolverá el tiempo perdido ni podrá curar sus heridas físicas y mentales. Besos
Una cruda situación que muchas veces la vemos en la realidad. Tu relato está tan bien concebido, que nos haces transportar a esa escena. Disfruto de tu pluma.
Muchísimas gracias!! Me agrada saber que te gusta lo que escribo. Abrazos
Me temo que es una cruda realidad. Sorprende y apena su reacción cuando derriban la puerta, como si no le importara nada ya. Ojalá puedan dar un giro total hacia una vida libre. Un abrazo.
Gracias por tu comentario, Carlos. Es una de esas lacras terribles que parece imposible que vayan a desaparecer. Ojalá me equivoque. Abrazos