Este año el premio se ha otorgado a una mujer, una escritora desconocida en los círculos literarios. Eso están diciendo en el informativo, mientras termino de sorber con desgana una sopa de cocido fría e insípida. Desconocida, eso dicen, aunque a mí su nombre me resulta familiar.
“El jurado eligió por unanimidad la novela de Violeta Silva Maestre por su excepcional recreación de un episodio histórico en el que…”. De la memoria astillada se desprende un fragmento perdido. “¿Silva Maestre, Violeta?” “Presente”. Su nombre invertido en mis labios me devuelve el olor a sudor de un aula amplia repleta de pupitres mal distribuidos. Diez minutos de clase perdidos en leer aquel listado interminable repetido en mi boca dos o tres veces por semana –no lo recuerdo bien- antes de empezar con la Generación del 98 o la poesía desarraigada.
Silva Maestre, Violeta, se sentaba en la primera fila, al lado de Sánchez Escudero, Paloma o tal vez de Toledo Suárez, Isabel. Diecisiete años escuálidos de rostro pálido y pechos planos, apenas perceptibles como breves sombras bajo su camisa blanca. Rebusco en la memoria igual que aquel año lo hacía en su examen, olfateando las hojas como un perro de presa a la caza del error esperado, la ausencia de una tilde o una coma inoportuna que le restaran al menos un par de décimas. Asoma brevemente en el recuerdo su comentario sobre un poema de Lorca doliéndome en el pecho, minucioso y apasionado. “Es la primera vez en mi vida que le pongo a alguien un diez en un examen”, recuerdo en mis labios mientras sus ojos negros –incongruentes en su enormidad- me observan con su inteligencia silenciosa.
Miro la pantalla buscando los restos infantiles de Silva Maestre, Violeta, en el rostro maduro de la mujer que agradece su premio ante un par de micrófonos ansiosos. Fantaseo con la absurda idea de que tal vez se acuerde del viejo profesor de literatura y me nombre al menos en sus sentidos agradecimientos.
-Don Francisco, ¿quiere usted un poco más de sopa?
-Ni muerto –contesto a la bata blanca que recoge mi plato.
Un relato muy entrañable, el viejo profesor que no olvida a sus alumnos por más que pasen los años.
Un abrazo.
Muchas gracias por tu comentario, Estrella. Probablemente ella tampoco lo olvidó a él. Un abrazo.
Me encantó
Muchas gracias, Sadire.
Como deberían actuar todos los maestros y profesores, más cultura y menos cantar el cara al sol. Un abrazo
Por suerte en mi época del colegio mis profesores me hablaban de Lorca y ya no cantaban el Cara al sol. Esperemos que eso siga así y no volvamos al pasado. Un beso.
Uno lo recuerda, no sea que se olvide y estos vuelvan a las andadas. Què ganas no les faltan. Un besazo.
Con ese diez en el examen y seguramente otras cualidades, se ganó un lugar entre los recuerdos del profesor. A mí se me graban con facilidad los rostros, los gestos, pero los nombres… ¡Uyyy…! Me hacen sufrir; excepto si destacaban por algo positivo o negativo.
¡Excelente relato, Mayte! Me gustó mucho.
¡Un abrazo grande!
Muchísimas gracias, Sari. Quería reflejar esa sensación de paso del tiempo, y de cómo algunas personas permanecen en el recuerdo a pesar de que no volvamos a verlas. Un abrazo fuerte.
No creo que lo haya olvidado. Me ha gustado el relato a través de los ojos del profesor, es original y emocionante. ¡Mucha suerte!
Un besote
Muchas gracias, Luna. Seguro que no lo olvidó. Una amante de la literatura nunca olvida a quienes le hablaron por primera vez de ella. Un beso.
Muy bueno el relato. Me gusta mucho tu manera de describir, atenta a todos los sentidos.
Besos, Maite.
Suerte en el concurso!!
Muchas gracias por leerme y por tus buenos deseos. Un beso.
¡Muchísima suerte Mayte! Me ha gustado mucho.
Un abrazo
Muchas gracias por leer mi relato y por tus buenos deseos. Un abrazo
Una escena única y muy bien narrada. Me ha llegado.
Gracias, compañero. Abrazos
Un relato muy emotivo que trazas con habilidad descriptiva, como siempre.
Me ha encantado. Suerte y un abrazo.
Muchas gracias, compañero. Un abrazo
Muy bueno, como siempre, Mayte. Siempre a la espera de un nuevo relato. Saludos desde Berlín.
Me alegra que me leas, Miguel Baumann. Besos hacia Berlín.
Un maestro que nunca olvida a sus alumnos. Al menos a los buenos alumnos. Claro, que este profesor parecía ser muy estricto, verdad?
Saluditos Mayte! 😉
Muy estricto, pero sensible después de todo. Un abrazo, Little
Me ha gustado mucho; muy bien escrito y con un montón de matices que lo enriquecen. ¡Suerte!
Muchas gracias por dejarme tus impresiones. Un abrazo, Jorge.
¿Nos recordarán nuestros maestros si alguna vez ven donde sea un libro con autores desconocidos cuyos nombres les suenan vagamente? Consigues darnos que pensar con tu relato, Mae, y seguro que no somos los únicos aquí.
O sea: misión cumplida.
¡Suerte en el concurso!
No sabemos si el viejo profesor se acordaría de todos sus alumnos, pero ella fue lo suficientemente especial como para recordarla después de tanto tiempo. Muchas gracias por leer mi relato y comentarlo. Un abrazo.
Preciosos todos los relatos, me han encantado, enhorabuena.
Muchas gracias por leer mis pequeños relatos, Juan. Un abrazo.