Promesas que no valen nada

Ella estaba encima del escenario, ligeramente tambaleante, con el micrófono en una mano y una mancha de origen incierto estampada en mitad de su vestido fucsia. Yo la observaba desde abajo, con el cuerpo apoyado contra una imitación cutre de columna jónica —o dórica o corintia, nunca se me dio bien la arquitectura clásica—. Paloma se me acercó en ese momento.

—Mírala —me dijo—. Mira cómo sujeta el micrófono. Parece que está agarrando un pene.

Nos reímos. Nos reímos de la pobre Paula, ebria y ridícula en mitad del escenario. A decir verdad, también yo estaba ridícula aquella noche, con mi vestido blanco y largo de princesa —la princesa que no he sido nunca ni seré jamás— que de tanto arrastrarlo por el suelo sucio tenía los bajos de color grisáceo. Entonces sonó la música y ella empezó a cantar. Había escogido aquella canción de los Piratas, Promesas que no valen nada.

—Joder. Ya le vale a Paula —comentó Paloma—. ¿Cómo se le ocurre cantar esta canción el día de tu boda?

Promesas que se perderán en estas cuatro paredes, como lágrimas en la lluvia se irán, decía la canción. A mí, en cambio, no me importó. Paula acababa de divorciarse y tenía todo el derecho del mundo a cantar la canción que le diera la gana. Entendía, incluso, que pudiera pensar que las palabras que habíamos jurado unas horas antes pudieran acabar con el tiempo diluidas como lágrimas en la lluvia.

Cuando acabó la canción me acerqué a ella y la abracé fuerte.

—No te preocupes —le dije—. Ya sabes cómo funciona esta puta vida. Hoy estás abajo, estás hundida, pero mañana, o tal vez dentro de un año, las cosas cambiarán y estarás arriba de nuevo. Y quizás entonces, no lo sé, ojalá me equivoque, pero quizás entonces seré yo la que esté abajo, completamente hundida en el barro.

Hoy, algunos años más tarde de aquella escena que recuerdo como si fuera ayer, soy yo la que está subida en un escenario. Tengo un micrófono en la mano y una falda fucsia salpicada de salsa de champiñones. Paula me observa desde abajo, con su vestido blanco y largo de princesa. Paloma se le acerca y se ríen. Quizás Paula intuya qué canción he elegido para cantar esta noche. Suena la música y acerco mis labios al micrófono. Canto, canto con mi voz ebria y desafinada. El círculo se cierra.

25 comentarios en “Promesas que no valen nada

  1. Me gusta mucho, Mayte. Las idas y venidas de la vida, y la canción de fondo. Y esa sensación de que merodear en la desgracia ajena es escupir hacia arriba. Sea como sea hay que aprovechar los momentos (buenos y malos), porque son únicos. Que no pasen de largo. Un abrazo fuerte.

    1. Los malos momentos son terribles mientras se viven, pero algunos de ellos, cuando han pasado, casi se recuerdan con cierta nostalgia, como quien ve una película drámatica de la que conoce su final. Gracias por leer el relato. Un abrazo, Jorge.

  2. Quizá no sea un círculo, sino un ocho y otra vez cambien las tornas…
    Me ha gustado eso de que la que está abajo anímicamente, está arriba físicamente (en el escenario) y viceversa.
    Muy bueno, Mayte. Un besote

    1. Querido Carlos. Ayer te escribí un e-mail a la cuenta desde la que me escribiste otras veces. No sé si era una cuenta asociada al blog… Tal vez ya no la consultes… Bueno, si puedes echarle un vistazo al correo, te he enviado una invitación a participar en una pequeña iniciativa. Sin compromiso ninguno, me dices si te apetece. Un abrazo.

  3. Muy bueno. Quizá es el samsara hecho relato: esos círculos bastante repetitivos que da la vida, las situaciones, los roles, los estados anímicos… Estar «arriba» o «abajo». Fíjate que no me parece casual lo de «esos círculos bastante repetitivos que da la vida» con lo de «la vida da muchas vueltas».
    Claro que no todo tiene por qué repetirse. Quizá no reaccionas con furia y dolor ante tu propio divorcio. Quizá no sales a cantar. Quizá escoges otra canción. Toda esa serie de repeticiones, de previsibilidad, de patrones aprendidos (todo ello en el comportamiento, en la mente) no me va en absoluto. Pero está bien, por eso mismo tu historia es «realista». Siempre buscaré cómo romperlo, o escapar, si ello es posible. Desaparezco,

  4. Un disfrute total cuando nos regalas estos relatos donde queda retratada la vida en su realidad. Lo efímero de la felicidad nos da pie para tener que disfrutar esos momentos porque mañana ya es tarde. Genial tu relato.

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