Este año el Nobel de Física se ha otorgado por primera vez en la historia a un científico de origen español. Eso están diciendo en el informativo mientras les grito a mis hijos por quinta vez que recojan sus juguetes. “El premio ha sido concedido a Roberto González por sus numerosas contribuciones al campo de la física gravitacional y la astrofísica”. Me arrodillo y empiezo a recoger con fastidio la morralla plástica desperdigada por el suelo del salón. “Roberto González estudió Física en la Universidad de Córdoba. Finalizada la carrera con brillantes calificaciones, obtuvo una beca en la Universidad de California en Berkeley, donde se especializó en…”. Es entonces cuando giro la cara y lo veo en la pantalla después de tantos años.
—El Ruso —mascullo en voz baja.
Así lo llamaban cuando llegué al colegio mayor aquel otoño de 1995. ¿Por qué le llamáis el Ruso?, le pregunté una noche a un grupo de estudiantes veteranos. Pero no existía una única teoría sobre el origen del mote. Unos afirmaban que se lo pusieron por el tablero de ajedrez que llevaba bajo el brazo cuando aterrizó en el colegio mayor algunos años atrás. Otros aseguraban que el apodo procedía de un discurso sobre el lanzamiento del astronauta soviético Yuri Gagarin al espacio exterior. Todo fue por una partida de Trivial, me explicó un estudiante de Historia. La pregunta era: ¿quién fue el primer hombre que viajó al espacio exterior? Algún ignorante contestó que fue Neil Armstrong, y entonces él contó la historia de Yuri Gagarin y el primer vuelo espacial.
—No puedo creerlo. El Ruso ha ganado el Nobel de Física… —comento para mí misma sin apartar la mirada del televisor.
Aunque en teoría no estaba permitido, era costumbre que los estudiantes veteranos acogieran a los nuevos alumnos mediante un curioso sistema de novatadas que en la mayoría de los casos estaba exento de malas intenciones. Era frecuente utilizar a los estudiantes nuevos para solicitarles todo tipo de encargos: ir al estanco a comprar cigarrillos, echar una carta al buzón, devolver un libro en la biblioteca universitaria… Fue así como hablé con él por primera vez. Aquella tarde aún no había pisado mi cuarto después de las clases; varios veteranos habían encadenado un recado detrás de otro y estaba exhausta. Me lo encontré en la escalinata de acceso al colegio mayor. El Ruso era un chico feo y escuálido. Llevaba unas gafas enormes y su barbilla sobresalía hacia fuera como si estuviera mal encajada en el resto de la estructura maxilar. ¿Me haces un favor?, me preguntó. Estoy agotada. No han parado de pedirme cosas en toda la tarde, le dije. Vale, no pasa nada, contestó él. Pero entonces vi que bajaba las escaleras cojeando, sujetándose con dudoso equilibrio a la barandilla de la escalinata. Venga, dime qué necesitas, le dije.
Media hora más tarde estaba en su habitación con tres gruesos tomos sobre electromagnetismo que había sacado en préstamo de la biblioteca con mi propio carnet, ya que él tenía su cupo de préstamos agotado. ¿Qué te ha pasado en el pie?, le pregunté. Un esguince, contestó él. Me dio pena y me ofrecí a devolver los nueve kilos que pesaba el tratado de electromagnetismo antes de que caducara el préstamo.
Roberto González el Ruso aparece en la pantalla hablando en un inglés impecable ante varios micrófonos curiosos. Sigue igual de feo que en aquellos años, aunque el éxito le otorga cierto atractivo etéreo.
La última tarde de novatadas había finalizado con una fiesta en la que los novatos hacíamos turnos para servir copas ataviados con todo tipo de disfraces. ¿Me pones un whisky con cocacola, Afrodita?, me preguntó él. Yo iba disfrazada de diosa griega —o quizás fuese romana— y nos enfrascamos en una conversación que empezó en aquella sala de fiestas alquilada para la ocasión y terminó en la azotea del colegio mayor, vacía y oscura a aquellas horas de la madrugada. Se veían muchas estrellas aquella noche y le pregunté si creía que había vida en otros planetas. ¿Conoces la paradoja de Fermi?, me preguntó. No, y no creo que sea capaz de entenderla, le contesté. Es fácil de entender, Afrodita. La paradoja de Fermi la planteó un físico italiano, y venía a decir que existe una incongruencia entre la alta probabilidad de que haya otras civilizaciones inteligentes en el universo, y el hecho de que ninguna haya contactado jamás con nosotros. Lo observé con cierta fascinación y le dije: Algún día serás un científico famoso y descubrirás galaxias. A lo que él respondió: No lo creo, pero si es así, le pondré tu nombre a la primera que descubra. Yo reí y objeté: Galaxia Laura suena un poco mal, ¿no? Después intentó besarme, pero le detuve y le dije que estaba comprometida. No pasa nada. Llamaré a la galaxia por tu nombre de todas formas, contestó él.
Bajo los gritos de mis hijos, acierto a escuchar algunos fragmentos de su dilatado repertorio de aportaciones a la astrofísica. “…como la observación de supernovas distantes y el descubrimiento de una galaxia situada a catorce mil millones de años luz de la Tierra. Esta galaxia, hasta ahora la más antigua y distante conocida, es denominada por la comunidad científica como GN-z13, aunque recibe el nombre coloquial de Galaxia Afrodita”.
Sonrío y me emociono durante un instante. Después pienso que tan solo es una casualidad y continúo introduciendo animales de plástico y piezas de construcción en una enorme caja de madera.
Estupendo relato. Me recuerda algo que estuvo de moda hace pocos decenios: títulos de propiedad de estrellas, tan asequibles (unas 5000 pelas) como falsos, pero que emocionaban hasta las lágrimas a las beneficiarias de tan románticos obsequios. El papel daba derecho a bautizar la estrella con el nombre de la agraciada. Besos, Paco
Gracias, Paco. Curioso lo que comentas sobre la «adquisición» de estrellas. Un poco cursi también, aunque la cosa cambia si es un astrofísico quien te lo dedica. Un abrazo y gracias por pasar a leer mis ocurrencias.
¡Qué lindo relato! Desempolvaré el telescopio y me iré a una montaña el próximo fin de semana en busca de tu galaxia. 🙂
Muchas gracias por leer mi relato. Esta galaxia aún no se ha descubierto. De momento solo existe en mi imaginación. ¡Un saludo!
Que emocionante historia. Me sentí transportado a ese salón donde quedó patentado tu disfraz. Vivir estás anécdotas con un final así, no tiene precio. Vaya, si lo disfruté.
Muchas gracias, Manuel. La historia es real solo a medias. Me disfracé de diosa griega en la fiesta del colegio mayor, esa parte sí es verdad. El resto es medio inventado. Un fuerte abrazo
Pero al margen de lo inventado, el relato es genial. Cobra vida propia con tu imaginación bien dirigida para terminar envolviendo al lector.
Tienes arte para narrar, Mayte 🙂
¡Muchas gracias, Olga!
Me ha gustado mucho, Mayte (o Afrodita). Muy buen relato, enhorabuena.
Saludos!
Muchas gracias, Capitán. Afrodita te agradece la visita y el comentario. ¡Un abrazo!
Es un relato extraordinario. He compartido para que lo lean en toda la galaxia. Enhorabuena.
Mil gracias por leerlo y compartir. Un abrazo, Manuel.
¡Qué bueno, Mayte!
Me ha encantado el relato, me he fijado en un detalle «morralla de plástico» para nombrar a los juguetes desparramados. Y en que después de mucho gritar… típico de madres. De madres Afroditas 😉
Besos
Muchas gracias, Paloma. Los juguetes de mi hijo son auténtica morralla plástica (quitando alguna cosa fabricada en madera, mucho más bonita, desde luego). Y lo de acabar recogiendo los juguetes después de desgañitarse, pues eso, un clásico de madres Afroditas. Un beso y mil gracias por leerme.
Me ha encantado. Qué contraste de situaciones entre dos personas que coincidieron en un colegio mayor. Muy bueno ☺️ Un abrazo, Mayte 💜
Muchas gracias, Lídia. Últimamente pienso mucho en esa idea que comentas, en lo distintos que pueden ser los caminos de dos personas que convivieron o que compartieron una misma circunstancia en el pasado. Un beso, amiga.
Oye, seguro que los padres científicos y las madres científicas también tienen que recoger morralla de plástico cuando están en casa. 😉
Jajaja.. Pues sí, tienes toda la razón
Todos sabemos que no es casualidad. 🙂 Tiene que ser un puntazo ver a alguien conocido ganando un Nobel, a mí ya me llama mucho la atención cuando los veo en las redes sociales.
Un besote
Es muy curioso cuando ves a alguien en la tele que conoces. De mi colegio mayor no han salido premios Nobel, pero sí una periodista de la Sexta y un chico que actúa en series, y me encantó verlos en la tele pasados los años). Un beso
El relato es magistral, Mayte. Lo has ambientado a la perfección, narrando todas esas peripecias y la forma de conocerse en ese colegio mayor. Con muchos toques de humor y diría que hasta con un punto romántico entre ambos, por el hecho de haber hecho tan buenas migas, aunque no hubiera beso ni romance.
Pues sí, es curioso los derroteros tan distintos a partir de un punto en común.
Y me da que pensar que la blogosfera es como el cosmos; de hecho un microcosmos. Entonces es milagroso y hermoso que superemos aquí la paradoja de Fermi, porque nos visitamos y contactamos. Es como llegar desde una galaxia remota. No lo veo una idea descabellada. Blogs hay miles. O en otras palabras, en este preciso instante hay miles y miles de blogs que tú desconoces y jamás visitarás, y lo mismo aplica para mí. ¿No lo crees?
Y ahora despego y me alejo.
Un abrazo.
¡Muchas gracias! Yo también creo que la blogosfera es un microcosmos. Hay una canción de un cantautor mexicano que dice:»Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir». De hecho, precisamente una bloguera tenía puesta esta frase en la cabecera de su blog. Un abrazo
Ja ja… esa frase es genial, y muy bonita.
Muy bueno, Mayte. Es un relato precioso sobre recuerdos que, a pesar del tiempo (o gracias a él), siguen brillando como las estrellas de esa galaxia…Un abrazo.
Muchas gracias, Jorge. Últimamente me persiguen mucho los recuerdos y reencuentros, y lo aprovecho literariamente. Un abrazo y buen fin de semana
¡Me ha encantado! Y tal y como te comentaba Paco Mendoza más arriba yo fui uno de los que regaló una estrella. Suena absurdo pero también emocionante, como tu relato tan fascinante.
¡Muchas gracias, Dante! Claro, tú eres un poeta, ¿cómo no ibas a regalar una estrella pudiendo hacerlo? ¡Un abrazo!
Muchas de las cosas que parecen casualidades no lo son.
Saluditos Mayte! 😉
Así es, Little. Me alegra verte de nuevo por aquí. Un abrazo
Gracias Mayte! A ver si me dura… 🙂
Qué bonita coincidencia…
Sí, o quizás no fuera casualidad…