Muchas veces —quizás con más frecuencia de la deseada— pienso en todos aquellos hombres que una vez pasaron momentáneamente por mi vida. Algunos permanecen aún como una presencia intermitente que con el tiempo se ha hecho inocua, convencidos de que la amistad es posible tras un amor acabado. Otros, sin embargo, se convirtieron en sombras dolorosas, vestigios moribundos que de vez en cuando asoman en contra de mi voluntad. Y, finalmente, en esta extraña clasificación de amores que pudieron ser y no fueron, se encuentra él, ocupando una categoría tan inclasificable como indescriptible fue la historia del encuentro y de la pérdida.
El pequeño puesto exhibía viejos tebeos, clásicos franceses en ajadas ediciones de bolsillo, tomos sueltos de antiguas enciclopedias, fascículos de revistas de los años 60… La intención era echar un vistazo y pasar al siguiente puesto, pero aquella cubierta inconfundible me retuvo asombrada. ¿Cómo habría llegado hasta allí ese ejemplar? La edición era la original, ni siquiera se trataba de la traducción francesa. Quise comprarla, aunque no tuviese mucho sentido adquirir mi propia novela.
Nunca me había ocurrido, ni siquiera en mi propio país, que un lector anónimo vinculara mi rostro al nombre impreso en las cubiertas de mis obras. Pero aquella vez, en el exotismo único de aquel puesto junto al Sena, sucedió. Olivier era un librero simpático, de ojos claros, tan delgado que cualquiera podría pensar que realmente pasaba hambre. Hablaba un español muy afrancesado, casi cómico, como el de las películas americanas mal dobladas en las que aparece un personaje francés hablando un idioma que no es el suyo. Se negó a venderme el ejemplar; lo quería para él y quería que se lo firmara. Quería hablarme de lo mucho que le gustaban mis novelas. Quería enseñarme París. Quería verme esa misma noche, aún a riesgo de parecer un loco.
Sé que es imposible, pero a veces noto en mis labios los besos que nunca nos dimos. Casi puedo sentir el tacto de sus manos, que jamás me tocaron. Tal vez mi mente quiera inventar recuerdos que no existieron para suplir el horror de aquella noche en la rue de Rivoli.
Las nueve era la hora acordada. Pero el destino, que aquella misma mañana había jugado a agasajarnos, eligió aquel minuto como la hora maldita. El estruendo vino de abajo y subió por las escaleras del metro. En pocos minutos, Rivoli fue un lamento de gritos y de ambulancias. El terror había vuelto con su hedor a fanatismo. Sentada en el suelo, esperé en vano, tratando de ver su rostro en cada hombre que escapaba vivo de aquel infierno subterráneo. Varias llamadas fallidas y una dolorosa certeza pusieron fin a largas horas de espera.
Al día siguiente, su quiosco apareció cerrado. Mi flor se sumó a otras muchas que ya honraban su memoria en el viejo puesto de libros junto al Sena.
Si es un relato me parece tan sentido y honesto que podría ser cierto…
Me ha pasado lo mismo que con las películas, cuando pierdes la conciencia de estar viendo una historia, y la estás viviendo, te has sumergido.
Absolutamente brutal. Si me permites me encantaría compartirlo en mi blog, para que otra gente pueda disfrutar como yo lo he hecho.
Afortunadamente para mí, es un relato de ficción, pero vivimos en un mundo muy revuelto y podría ser una historia real.
Por supuesto que puedes compartirlo. Muchas gracias por tu interés. Me alegro de que mi relato te haya transmitido tanto.
Una buena lectura. Un final muy triste pero un relato interesante.
Muchas gracias por leerme. Me alegra que te haya gustado.
Menos mal que finalmente aclaraste se trataba de una narración ficticia; de la cual, personalmente destacaría el siguiente párrafo.
[ Sé que es imposible, pero a veces noto en mis labios los besos que nunca nos dimos. Casi puedo sentir el tacto de sus manos, que jamás me tocaron. Tal vez mi mente quiera inventar recuerdos que no existieron para suplir el horror de aquella noche en la rue de Rivoli. ]
Hay mucha melancolía cierta en esas frases, no ya solo en lo que pudiera tocar a tu concreta persona sino en lo que a muchos nos tocó experimentar un día u otro, más o menos atrás, en nuestras respectivas líneas de tiempo.
Y eso a pesar de que la narración, en sentido literal, sea ficticia.
Muchas gracias, Alex, por leerme y comentar.
Es un relato de ficción, pero inspirado en una atmósfera y un miedo reales que por desgracia existen en Europa en los últimos tiempos. Me alegra que te haya gustado mi relato.
Un saludo,
Mayte
Reblogueó esto en Directas & Indirectasy comentado:
Estremecedor y cruel destino…
Definitivamente es un relato, tan real que no me parece ficticio, es algo que algunas vez hemos sentidos ,amores de silencio y que a veces se oculta y en la soledad de la noche se convierte en deseo ….. palabras sumamente profunda. Gracias por existir. Maracay – Venezuela
Muchas gracias por tu bonito comentario. Todos tenemos a lo largo de la vida amores que pudieron ser y no fueron. Un abrazo