Carta a la madre de un amigo muerto

Anoche me enteré, por pura casualidad, de que tu hijo pequeño murió el año pasado. Tu hijo, mi amigo, el novio de mi mejor amiga. Desde aquellos tiempos han pasado muchos años, tantos que se pueden contar por décadas, tantos que si esta carta te llegara tendría que darte más datos además de mi nombre para que pudieras recordarme. Yo era por aquel entonces aquella chica triste y escuálida que sacaba buenas notas, la que iba siempre con la novia de tu hijo. Tú eras su madre, pero también mi profesora de lengua y de educación física -qué extravagante combinación de disciplinas-, la que me enseñó a analizar la sintaxis de una oración, la que me enseñó a hacer tablas de gimnasia con aros y pelotas. Aparecí en tu ciudad como podría haberlo hecho en cualquier otra, y me sentía perdida. Era una nómada, y como tal padecía de un desarraigo lingüístico -pese a que me esforzaba por aprender vuestra bella lengua autóctona-, un desarraigo cultural, un desarraigo social. A veces miraba a las otras chicas y las envidiaba. Envidiaba sus caras y sus cuerpos -aún faltaban años para que el patito se convirtiera en un cisne aceptable-, pero sobre todo sus risas. Ellas reían y yo pensaba que jamás podría reír con tanta felicidad. En esto me equivoqué, afortunadamente. De un tiempo a esta parte me río mucho. Me río tanto que unas líneas delgadas han empezado a tatuarse en mi cara como antiguas cicatrices.

Recuerdo que te gustaban mucho mis redacciones -cómo me gustaría que leyeras algo de lo que escribo ahora- y que, en cambio, en las clases de gimnasia me faltaba un toque de gracia, justo aquello en lo que más destacaba mi amiga, la novia de tu hijo. Anoche, como te decía, me enteré de su muerte prematura. Nadie me lo dijo, pues ya no guardo contactos con aquel pasado que es ya parte de otra vida. Lo descubrí por casualidad, buscando en Internet sobre mi antiguo colegio. De ahí pasé a tu nombre y de tu nombre a tu hijo. Y entonces apareció la noticia.

Aquel verano fui contigo a la playa muchas veces. Ahora no recuerdo si fue un verano o fueron dos. Nos recogíais en coche a mi amiga y a mí. Cuando subíamos al vehículo, tu hijo y su amigo ya estaban dentro. Parecíamos dos parejas de adolescentes con una carabina, pero en realidad, ni yo le gustaba al amigo de tu hijo ni él me gustaba a mí. En el fondo, tan solo éramos acompañantes circunstanciales. Al llegar a la playa nos encontrábamos con unos amigos tuyos, un hombre y una mujer encantadores cuyos nombres y rostros he olvidado. Probablemente también ellos me olvidaron a mí… Muchas tardes de playa en aquella tierra de nubes.

Anoche vi su rostro después de mucho tiempo, una fotografía en blanco y negro acompañando a la noticia. Estaba cambiado, como supongo que también lo estaré yo. Su sonrisa, en cambio, era la misma. Honesta, limpia, auténtica. Corté mi vínculo con tu tierra, pero eso no quiere decir que el pasado no llame a mi puerta de vez en cuando. Por eso, hace unos años, me acordé de él y busqué la manera de contactarlo. Hablamos brevemente. Me supo a poco. Ahora, con el tiempo a las espaldas, sé que mi afinidad con él era mayor que la que tenía con mi propia amiga.

Si nos viéramos ahora, sabrías que ya no soy aquella chica triste y escuálida. He vivido unos años con suficiente intensidad y ahora soy una mujer trabajadora y madre, igual que lo fuiste tú. Por eso, porque soy madre, imagino que tu mundo habrá estallado por los aires, y que ahora te sentirás incapaz de recoger unos pedazos que ya no encajan.

Querida profesora, querida madre de mi amigo. No leerás esta carta, pero tenía que escribirla. A veces hay noticias que te sacuden, y entonces la literatura sirve para esto.

Mayte Blasco

28 comentarios en “Carta a la madre de un amigo muerto

    1. Ella no tiene facebook, twiter ni nada, ya lo he buscado. Hace muchos años que me marché dexallí y no tenemos contactos comunes. La única opción que se me ocurre es llamar al colegio. Ella estará jubilada, pero seguro que pueden localizarla. Un beso, Luna

  1. Preciosa Mayte, emoción tristeza y cariño. La vida da estos golpes. Siempre he pensado que perder un hij@ es lo peor que puede suceder. Tu texto es conmovedor. He leído los comentarios, yo te animo a que llames al colegio. Tus palabras tienen destinataria y debería conocerlas, pero entiendo que eso es algo muy personal. Un fuerte abrazo amiga.

    1. Tienes razón, la carta tiene una destinataria y debería leerla. No me atrevo a dar el paso de llamar al colegio, pero me ronda en la cabeza la idea, no me olvido del tema aunque pasen los días, así que puede que un día de estos lo haga. Gracias por pasarte, amigo. Besos

  2. Te aplaudo. Has escrito algo muy grande y muy emotivo. Sencillo, apegado a la realidad, y por eso hermoso. La tristeza y la dureza, el golpe. La muerte es algo muy duro, pensar y saber que personas por las que sentimos algo, lo que fuera, ya no volverán nunca más. Creo que deberías intentar contactarla, pues es la destinataria. Pero esto es algo personal tuyo. Podría dolerle bastante leer esto, pero creo que mucho más que eso la haría sentirse bien. La vida es un todo, y pese a los golpes duros deberíamos quedarnos con las cosas buenas, con los momentos felices. Y todas esas experiencias en la escuela, maestra-alumna y la amistad con los otros jóvenes, lo son. La memoria por lo menos nos revive en parte. Hay que llorar, hay que sentir dolor (mucho o algo), pero hay que aceptar la muerte de forma natural, como otro evento natural más. Y «curarse» interiormente y seguir amando y hacia adelante, esa es la constante. Y esta carta tiene algo de todo esto, de esa catarsis necesaria.
    Un abrazo.

    1. Gracias, compañero. La muerte es algo natural, sí, pero cuando se trata de un abuelo o de un padre (alguien de una generación superior). Cuando es un hijo… No sé, creo que nadie está preparado para asumir eso. En todo caso, has descrito muy bien lo que pretendía con esta carta, para mí era una «catarsis necesaria». Un abrazo.

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