
Se llamaba Ricardo y era un compañero de trabajo de Guillermo. Llegó a casa exactamente a la hora acordada. Trajo una botella de vino y un regalo para el bebé. “No tenías que haberte molestado”, le dije. Era una mantita extremadamente suave que guardé de inmediato en el armario donde había ido acumulando como un celoso roedor toda la ropita y objetos de nuestra hija.
El chico sabía a lo que venía, pero ella no. A Laura le habíamos pedido que llegara media hora más tarde. Era una conspiración totalmente estudiada y me sentía un poco incómoda por haber preparado aquella cita a sus espaldas. Mientras Guillermo terminaba de preparar la cena, yo entretenía a Ricardo en el salón. Era un chico muy alto y con buena presencia, aunque ostentaba un atractivo extraño, algo apagado, con facciones bonitas ensombrecidas por unas ojeras marcadas y unas arrugas que se hacían especialmente visibles cuando sonreía. Tal vez era demasiado educado, demasiado formal… Sabía por Guillermo que estaba divorciado desde hacía un año. En la empresa ocupaba un puesto con buen salario, no tenía hijos ni cargas de ningún tipo. Era perfecto para Laura. O, más bien, era conveniente para ella. Le había insistido en que viniera sola, sin Andrea —en aquel momento la niña ya estaba a punto de cumplir siete años—, con la excusa de que después saldríamos a tomar una copa para celebrar el cumpleaños de Guillermo –en realidad, yo me encontraba a escasas semanas de dar a luz y no estaba en condiciones de trasnochar mucho, pero no se me ocurrió otra excusa más adecuada para convencerla—. Esperaba que, efectivamente, hubiese podido dejar a su hija con su madre, tal y como me había comunicado por teléfono aquella mañana.
Sonó el timbre de la puerta y se sintió una tensión colectiva. Observé a Ricardo de reojo cuando Laura apareció en el salón, fascinante como en sus mejores años, llenando la sala y la casa entera con su irresistible presencia. Guillermo le presentó a Ricardo y no me pareció que en un primer momento se diera cuenta de la trampa que le habíamos preparado. Laura había comprado una botella de Chivas —en aquel momento, aunque no tenía trabajo, estaba todavía acostumbrada a gastar dinero sin preocuparse demasiado— que le entregó a Guillermo como regalo de cumpleaños. Todos nuestros invitados habían traído alcohol a nuestra casa, pero ninguno se había parado a considerar que la anfitriona estaba embarazada de ocho meses y no podía beber.
Guillermo se había esmerado como nunca en su cena de cumpleaños. De primer plato había preparado una ensalada de garbanzos y atún con vinagreta de mostaza. Laura y yo la encontramos deliciosa y así lo manifestamos reiteradamente. Sin embargo, me pareció que a Ricardo no le gustó, a pesar de que se comió más de la mitad de su porción y de que también dirigió un par de halagos a Guillermo. En realidad, no estoy segura de si el problema era la ensalada o más bien la conversación que surgió mientras la comíamos. Aunque Guillermo le había dicho a Ricardo que Laura tenía una hija, esperaba que mi amiga no se pasara toda la cena hablando de Andrea. Mi embarazo y nuestra futura hija surgieron enseguida en la conversación, y a Laura no se le debió de ocurrir otro momento mejor que ese para darnos sus consejos sobre la mejor forma de cambiarle los pañales a nuestra hija.
—Yo casi no utilicé con Andrea esas toallitas húmedas que además de ser súper contaminantes les irritan muchísimo el culo —explicaba ella mientras ensartaba en el tenedor un par de garbanzos con una hoja de lechuga—. Lo mejor es una esponja de toda la vida y limpiarles la caca con un poco de agua y jabón. Porque una cosa tenéis que tener clara: vais a cambiar pañales a destajo. No os podéis imaginar la cantidad de veces al día que se hacen pis y caca. Es increíble que unas criaturas tan pequeñas puedan cagar tanto.
Guillermo me miraba, azorado, lamentando probablemente el momento en que me propuso planear una cita a ciegas entre mi amiga y su compañero. Traté de cambiar de tema en varias ocasiones, pero Laura parecía empeñada en explicarnos con pelos y señales cuál era el procedimiento más adecuado para cambiar de pañal a un bebé. Es posible que ya se hubiese percatado de que Guillermo y yo queríamos enredarla con aquel tipo y que este no le gustara lo más mínimo. O tal vez sospechaba de nuestras intenciones y quería asegurarse de que Ricardo —que a lo mejor sí le había gustado— no era el típico imbécil inmaduro que solo quería follársela unas cuantas veces y luego decirle que no estaba preparado para tener una relación con una mujer que era madre soltera. En caso de ser esta segunda explicación la acertada, sin duda Laura no podía haber utilizado una estrategia mejor.
Cuando Guillermo trajo a la mesa el segundo plato, por fin pude cambiar de tema y dirigirme a Ricardo para preguntarle por el trabajo que hacía en la empresa. Quería que Laura se diera cuenta de que el chico era un “buen partido”, a pesar de que tanto el concepto como la expresión en sí misma me recordaban a los estereotipos machistas que escuchaba decir a mi abuela cuando era pequeña.
—¿Y a qué te dedicas tú, Laura? —le preguntó después Ricardo.
Guillermo no le había contado que nuestra amiga estaba en el paro.
—A nada —contestó ella—. Ahora mismo estoy sin curro.
Tuve que ser yo quien le explicara que había trabajado en una inmobiliaria hasta hacía poco tiempo.
—Sí, pero con la puta crisis se ha ido todo a la mierda —añadió ella.
No sé si era por el efecto del vino, pero Laura también había elegido aquella velada para sacar a relucir el vocabulario más grosero de todo su repertorio. Pese a todo, cuando mi amiga anunció que se marchaba a casa, Ricardo dijo que también se tenía que ir. Nos despedimos de los dos y los vimos entrar juntos en el ascensor. Después, Guillermo y yo corrimos hasta la ventana del salón para espiarlos desde arriba. Para nuestra sorpresa, se quedaron un rato hablando en la calle. Me pareció que Laura miraba hacia arriba en un par de ocasiones, pero siguieron hablando y llegamos a pensar que a lo mejor acababan marchándose juntos. Finalmente, se despidieron con dos besos y cada uno se dirigió a su coche, enfilando direcciones contrarias.
Buen planteamiento. Como otras veces, se queda uno con ganas de más…
Gracias, Paco. Y eso que este relato es más largo que la media de los que publico por aquí…
¿Y….? oh dios mío, no nos dejes así Mayte, como final abierto o incluso secreto, yo abogo porque se intercambian los teléfonos y que ahí puede haber «tomate». Por lo demás, el desarrollo de la escena es brillante. Me ha gustado, pero… quiero más 😉 Un abrazo y buen finde.
Muchas gracias, Carlos. Siento dejaros con la intriga, pero así cada uno elige el final que más le guste. Abrazos y buen fin de semana.
Bonita historia, con un final abierto, que me deja con ganas de saber más y las palomitas a medias.
Un saludo y buen finde.
Pd.: ¿Ricardo no será un asesino en serie? Bueno mejor lo dejo. Lo dicho, buen finde.
No, no es un asesino en serie. Solo es un tipo que intenta pillar, aunque la cosa no sale exactamente como espera. Un saludo y gracias por leerme.
Con la verdad por delante y la historia pendiente de los protagonistas, has escrito un relato excelente. Un besazo.
Jabón de Lagarto y aclarando en agua caliente con un poco de vinagre, luego hay que dejar secar los pañales al sol.
Muchas gracias, Carlos. Veo que a ti te tocó criar hijos cuando no había pañales de usar y tirar… Un abrazo.
¡Qué bien cuentas!
Gracias, Margarita. Por cierto, ayer te vi en lo de Miguel y Sara. No es lo mismo que en persona, pero algo es algo.
¡Hola, Mayte! Me ha gustado el relato: curiosa la escena y los personajes. Muy hermético el amigo Ricardo, algo guarda que, por lo que parece, nos tendremos que imaginar…
¡Fuerte abrazo!
Gracias por leerlo, Jorge. Un abrazo
Je, je, les está bien empleado, por hacerle una emboscada así a la amiga. Aunque yo me imagino que les salió bien. 🙂
Un besote
Gracias por leerlo, Luna. Besos.
Hacer de Celestina no es algo fácil, organizas todo y no sale nada bien, y luego con cualquier tontería se juntan dos que jamás te hubieras esperado.
Así es, yo no lo he hecho nunca, salvo escribiendo este texto de ficción. ¡Un saludo!
Me ha gustado la utilización de palabras vulgares y soeces. Le da autenticidad y realismo al relato. Estoy hasta los huevos de leer entradas con un vocabulario demasiado correcto.
A mí me gusta la mezcla de ambas cosas: la belleza y la sordidez unidas como mezcla explosiva. Gracias por leerlo. Un saludo.