
Yo también aplaudía, de pie en el inmenso salón de actos del colegio del que ahora me despedía. Mi madre a mi derecha, disimulando torpemente su pánico a los lugares llenos de gente. Mi padre a la izquierda con una sonrisa afectada, ceremoniosa, pensando probablemente que su hija debería estar también allí en ese escenario recogiendo el diploma de honor.
Laura ocupaba un asiento en la fila de delante, desgarrando sus manos en un aplauso desenfrenado. Su madre la acompañaba discretamente, pensando quizás en lo poco que su hija tenía que ver con ese muchacho listo y feo que ahora se acercaba al micrófono para dar las gracias al equipo directivo del colegio y al profesorado.
Yo también aplaudía, con la sonrisa dibujada como una máscara cosida en el rostro. Javier, el hijo del banquero y la duquesa —o marquesa, o lo que fuera exactamente aquella señora vestida para la ocasión con un traje digno de una boda real— mostraba con orgullo el papel que le acreditaba como el mejor alumno de la promoción. ¿Quién se atrevía ahora a insultarle? El tipo más feo, el chico escuálido con gafas del que tanto se reían en las clases de gimnasia, era ahora un triunfador. Se había llevado a la chica más guapa. Se había llevado el premio al mejor expediente. ¿Qué había conseguido yo?
Le dimos la enhorabuena, unos más efusivamente que otros. “Tú también merecías este reconocimiento”, me dijo él. Sí, es posible. Pero era él quien se lo había llevado, y yo quedaría en la memoria del colegio como una simple estudiante que sacaba buenas notas, una muchacha que no brilló lo suficiente.
La mujer del título nobiliario se dejaba agasajar, hablaba con unos y con otros, abrazaba a su hijo con orgullo. Mis padres, en un innecesario acto de adulación, también se acercaron a saludarlos, hablando de lo buenos amigos que sus hijos habían sido todos estos años. Laura permanecía cerca de Javier, pero manteniendo siempre una inquietante distancia. Su madre la acompañaba silenciosa, discreta en exceso, sumida quizás en la vergüenza que le provocaba la deuda que mantenía con los distinguidos padres del novio de su hija.
Después de la ceremonia, todos los alumnos recién graduados nos fuimos a cenar a un restaurante cercano. Mis amigos y yo nos sentamos en una esquina de la larga mesa. Allí, en ese entorno de bullicio y jarana, Javier perdía por completo el protagonismo.
“¿Qué vas a estudiar al final, Virginia?”, me preguntó. Era la única que a aquellas alturas todavía dudaba. Mi futuro era una incógnita, una niebla espesa que no se aclaraba con el paso de los días. Incluso Laura parecía tenerlo claro, a pesar de que yo nunca habría imaginado que le gustaría estudiar Derecho. “Cuando acabemos montaremos un bufete de abogados los dos juntos”, me había dicho ella. Y dudé si decirle lo que verdaderamente pensaba sobre la pésima idea de estudiar la carrera que en realidad le gustaba a su novio.
Los chicos, vestidos todos de traje y corbata para la ocasión, parecían ejecutivos precoces en una cena de empresa. A algunos no les sentaba del todo bien aquel atuendo formal. Otros, en cambio, lucían el traje como si lo hubieran llevado toda la vida. Aquella fue la última vez que vi a algunos de ellos. A otros, tardaría muchos años en volverlos a encontrar.
La fama es muy efímera. Todo tiende a una cierta normalidad, donde esos momentos de gloria se disipan. Yo también me quedé cerca de la matrícula en bachillerato y me dio cierta rabia, pero creo que poca gente se acuerda quienes la obtuvieron. Lo que sí recordamos es la cena de celebración y la posterior fiesta. Bueno, para ser honesto, de eso me acuerdo menos.
Un gusto leerte, compañera. Adelante!
Dibujas una escena con tono de melancolía que me trae muchos recuerdos de aquellos años convulsos de la primera juventud. Bravo por ti y por Virginia.
Gracias, Sara. Se lo transmitiré a Virginia, que es también una melancólica. Un beso.
Gracias por el comentario, Rafalé. El relato no es autobiográfico, aunque yo también me quedé, como la protagonista, a las puertas de la matrícula. Ya veo que los dos fuimos unos empollones, jeje. Abrazos.
Me ha gustado, Mayte. Recuerdos y sensaciones agridulces (muy bien descritas)… Como una especie de punto y seguido, con el futuro por delante. Un abrazo fuerte y que sigas bien.
Muchas gracias, Jorge. El futuro por delante que al final acaba pasando demasiado rápido… Un abrazo.
Tiempos que empiezan a ser remotos, pero que esta radiografía tuya los vuelve cercanos. Me gustó mucho, Mayte. Un abrazo
Muchas gracias, Úrsula. Sí, aquellos tiempos ya empiezan a quedar muy lejos. Un abrazo.
Pasa el tiempo y se descubre que el muy cuco, mantenía en reserva enormes sorpresas. Verdad? Un besazo.
Muchas sorpresas, ya lo creo. Un abrazo, Carlos.
Los recuerdos se agolpan a la memoria al leer tu relato. Una suerte de nostalgia que nos hace ver que la vida se fue en un abrir y cerrar de ojos. Excelente la historia como nos sueles regalar cada vez que apareces en tu blog. Saludos.
Manuel Angel
Muchas gracias, Manuel. La vida se aleja demasiado deprisa, tienes razón. Un abrazo.
Me gusta mucho tu forma de contar «fragmentos» de historias sin que se note que hay un antes y un después. O a lo mejor lo que pasa es que cuentas una historia «completa» a la que le das el aspecto de tener un principio y un final que no existen. Y eso, no saber si es una cosa u otra, es lo que me encanta. Y te leo una vez y otra para ver cómo lo haces y aprender.
Pues eso, que te otorgo un cum laude.
Ay, Margarita, un honor que me digas esas cosas, con lo buena escritora que tú eres. Un beso.
Suscribo totalmente el comentario de Margarita del Brezo, a la que no tengo el gusto de conocer.
Igualmente suscribo tu tuit (no tengo Twitter) «En 9 de cada diez reseñas». Se podrían añadir perlas como «Nada es lo que parece» o «La novela es una reflexión sobre…» Digo yo que si es una reflexión será un ensayo, no una novela…
Margarita es una excelente microrrelatista. Tiene un blog que se llama «Escribir sobre la punta de la i». Te lo recomiendo. Respecto al tuit, no imaginas la que he liado. He abierto una caja de pandora que en realidad no quería abrir… Un abrazo.
Muy bien descrito el entorno del momento que me trae viejos recuerdos. Esas cenas de despedida, eran en la mayoría de los casos una despedida de verdad. Yo acudí unos años a las reuniones de mi promoción, hasta que me di cuenta de que no teníamos nada en común, salvo los años compartidos y eso quedaba muy lejos. Y un día corté y tan feliz. Un abrazo Mayte.
Yo nunca he ido a reuniones de antiguos alumnos. Fui a varios colegios y viví en distintas ciudades y supongo que esto complica más la posibilidad de mantener el contacto con la gente. Efectivamente, el día de la graduación es en muchos casos una despedida definitiva. Un abrazo, Carlos.