Desde el lugar elegido veíamos el lago verde, los árboles emergiendo del agua, la estructura metálica y acristalada del palacio, algunos patos solitarios recorriendo el perímetro elíptico en una secuencia eterna. El Retiro me recordaba a un tiempo inhabitable en el que mi hermano aún no existía, en el que mis padres a veces se daban la mano para caminar, en el que recogía castañas del suelo y las guardaba en una bolsa de plástico mientras mamá colocaba mi bufanda para que no me enfriara. Desde ese día, sin embargo, la memoria de la infancia se marchó —tal vez para siempre— de los recuerdos de ese parque.
Su curioso pelo rojo brillaba bajo el sol de otoño como el fuego cálido prendido en una hoguera. Sobre un viejo mantel que había cogido de un cajón de la cocina, colocamos las modestas viandas. Aceitunas, empanadillas, queso, una barra de pan y un poco de fruta. Había castañas desperdigadas por todas partes —como en esa otra época— y al cambiar de postura sobre la hierba húmeda me clavaba a veces la dureza de su superficie.
Él escuchaba mucho y hablaba poco. Me miraba intensamente mientras le contaba cualquier cosa. De vez en cuando le preguntaba algo; yo también necesitaba saber, necesitaba escuchar. La humilde comida me supo deliciosa. Con el estómago lleno, nos tumbamos sobre la hierba formando dos líneas perpendiculares —dos vidas cruzadas—, mi cabeza apoyada sobre su vientre, su mano acariciando mi pelo. Nos quedamos dormidos durante un tiempo impreciso —no sé si mucho o poco; en realidad no importaba—.
El frío me despertó. Los poros erizados salpicaban mis brazos desnudos como el síntoma temprano de una enfermedad. Él notó el temblor de mi cuerpo. Me hizo estirar primero un brazo y luego el otro, colocándome la chaqueta con delicadeza. Después sujetó mis manos entre las suyas y comenzó a frotarlas. No me preguntó si quería marcharme. Estábamos tan bien allí, a pesar del frío… Estábamos tan bien…
Él calentaba mis manos mientras sentía la brisa fría en la cara, humedecida por el agua verde del lago. “Me acordaré siempre de este momento”, pensé. “Pase lo que pase”.
El lugar, que hacía un rato estaba lleno de parejas, de niños, de grupos de amigos, se había vaciado casi por completo. Mis manos, ya calientes, acariciaron su espalda cuando se echó sobre mí, cuando cayó todo su cuerpo sobre el mío mientras sentía el placer extraño de las castañas y las piedrecillas clavándose en mi espalda. “¿Tú también te acordarás de este momento?”, pensé en decirle. “¿Te acordarás de que me frotaste las manos y de que me abrazaste fuerte, como estás haciendo ahora?”.
Diga lo que diga, ese recuerdo lo conservará. Quizá sepultado en su mente pero, ahí estará. Besetes, Mayte.
Gracias por leerlo, María. Un beso
Sin lugar a dudas, tal como lo describes, son esos momentos sublimes que cae quedan tatuados en la memoria para siempre. Ten la plena seguridad que tu madre también lo estará saboteando como tú lo haces. Un escrito que toca las fibras del corazón de una manera única y especial. Saludos Mayte
Muchas gracias, Manuel. Un abrazo
Igual para tí Mayte
Permanecerá eternamente. Hay momentos que se quedan prendidos en los poros y forman parte de nosotros. Muy bonito el relato Mayte.
Besicos muchos.
Muchas gracias, Nani. Me alegra que te haya gustado. Un abrazo
Recuerdos que sustituyen a recuerdos… Esperemos que los infantiles sigan por ahí, por muy especiales que sean los nuevos.
Un besote
La memoria es muy selectiva almacenando recuerdos. Unos prevalecen sobre otros, pero de alguna forma todos siguen ahí. Gracias por comentar, Luna. Un beso.
Este hermoso relato me ha recordado la película «Esplendor en la hierba», la nostalgia de los amores de juventud de los que queda el recuerdo. Un abrazo
Muchas gracias, Paco. No he visto esa película, aunque sé cuál es. Abrazos
Preciosos recuerdos superpuestos. Un abrazo, Mayte
Muchas gracias, Úrsula. Un abrazo
Bonito relato, Mayte.
Romántico y nostálgico.
Besos
Gracias, Paloma. No suelo escribir relatos románticos, pero a veces salen. Un beso
Yo tengo esos recuerdos , pero en el parque del Oeste, una mera cuestión geográfica. ..
Amores de juventud sobre el césped de los parques… Un abrazo, Juan Carlos
A veces surge en el momento más inesperado montado en el sabor de un beso o en el aroma de un instante y el recuerdo fugaz explota como entre fuegos artificiales. Un abrazo.
Así es, Carlos. Los recuerdos surgen motivados por los más inesperados estímulos sensoriales. Un beso
Hermoso relato, Mayte. Como la manera en que describes las sensaciones. Recuerdos anclados en el tiempo. Un abrazo.
Muchas gracias por leerlo, Jorge. Un abrazo.