Llegué con catorce años a la urbanización mediterránea donde veraneaban mis abuelos convencida de que sería el verano de mi vida. Nos juntamos una francesa, tres catalanas, dos vascas y una madrileña. La francesa se llamaba Elise o Elodie, ya no me acuerdo. Tenía las tetas grandes y hacía el espagat y el pino puente sobre las baldosas de la piscina con la elegancia de un guepardo. Yo tenía las tetas pequeñas y era incapaz de hacer una simple voltereta. Nos pasábamos el día fabricando pulseras o haciéndonos aguadillas en la piscina. Por las noches, paseábamos por los caminos mal iluminados de la urbanización y comíamos pipas sentadas en unos columpios chirriantes. A las catalanas y a mí nos gustaba Aerosmith. Cantábamos Crazy y Amazing con nuestros respectivos acentos de Hospitalet y Carabanchel. Las vascas, la francesa y las catalanas podían volver a casa a las doce de la noche, pero yo tenía que regresar a las once y media, así que a las once y veinticinco echaba a correr por la negrura de los caminos con la voz aguda de las chicharras y decenas de monstruos imaginarios acechando detrás de cada esquina. Al final del verano, un grupo de chicos formado por un alemán, tres catalanes, dos gallegos y un murciano se pegaron a nosotras y todo empezó torcerse… La mayoría se enamoraron de la francesa, y los que no lo hicieron, se enamoraron de alguna de las catalanas o de las vascas.
Llegué con quince años a la urbanización mediterránea donde veraneaban mis abuelos convencida de que sería el verano de mi vida. Nos juntamos una alemana, tres catalanas, dos vascas y una madrileña. La alemana se llamaba Herta o Christa, ya no me acuerdo. Tenía las tetas grandes y se lanzaba al agua de la piscina de cabeza como si fuera un delfín o una sirena. Yo todavía tenía las tetas pequeñas y no sabía tirarme de cabeza. Nos pasábamos el día jugando a las cartas o mirando al socorrista fijamente como si quisiéramos aprendernos su cara de memoria o como si quisiéramos hipnotizarlo. Por las noches, paseábamos por los caminos mal iluminados de la urbanización y bebíamos cervezas sentadas en unos bancos llenos de pintadas donde podían leerse cosas como “El Pepos x la Nuri” o “No te vayas de la playa sin tocarme la papaya”. A las vascas y a mí nos gustaba Guns N’ Roses. Cantábamos Don’t cry y November rain con nuestros respectivos acentos de Bilbao y Carabanchel. Las catalanas, la alemana y las vascas podían volver a casa a la una de la madrugada, pero yo tenía que regresar a las doce, así que a las doce menos cinco echaba a correr trastabillando con los tacones mientras decenas de violadores imaginarios esperaban ansiosos mi caída. Al final del verano, un grupo de chicos formado por un italiano, tres catalanes, dos gallegos y un murciano se pegaron a nosotras y todo empezó torcerse… La mayoría se enamoraron de la alemana, y los que no lo hicieron, se enamoraron de alguna de las catalanas o de las vascas.
Llegué con dieciséis años a la urbanización mediterránea donde veraneaban mis abuelos convencida de que sería el verano de mi vida. Nos juntamos una italiana, tres catalanas, dos vascas y una madrileña. La italiana se llamaba Bianca o Chiara, ya no me acuerdo. Tenía las tetas grandes y se tumbaba con su cuerpo moreno y curvilíneo sobre el bordillo de la piscina como si fuera una pantera. Yo todavía tenía las tetas pequeñas y le pedí a mi madre que me comprara un bikini con relleno, pero se negó. Nos pasábamos el día tomando el sol y echándonos aceites con olor a coco y a zanahoria como si participásemos en una competición para ver quién se achicharraba antes la piel. Por las noches nos escapábamos de la urbanización y nos metíamos en un antro donde servían cubatas baratos que al día siguiente nos dejaban una resaca espantosa. Cuando sonaba Oasis, la italiana y yo cantábamos Wonderwall y Don’t look back in anger con nuestros respectivos acentos de Nápoles y de Carabanchel. Las vascas, la italiana y las catalanas podían volver a casa a las dos de la madrugada, pero yo tenía que regresar a la una, así que a la una menos cinco echaba a correr sorteando los cuerpos sudorosos de los turistas borrachos. Al final del verano, un grupo de chicos formado por un francés, tres catalanes, dos gallegos y un murciano se pegaron a nosotras y todo empezó torcerse… La mayoría se enamoraron de la italiana, y los que no lo hicieron, se enamoraron de alguna de las catalanas o de las vascas.
Llegué con diecisiete años a la urbanización mediterránea donde veraneaban mis abuelos convencida de que sería el verano de mi vida. Nos juntamos una inglesa, tres catalanas, dos vascas y una madrileña. La inglesa se llamaba….
Seguro que ese verano iba a triunfar la chica de Carabanchel…
Un abrazo
Puede ser… Nos quedaremos con la intriga. Un abrazo, Paco.
De seguro que en algunos de los veranos te tenía que tocar y sino, lo tenías que inventar en algunas de la repeticiones. Muy original tu texto Mayte. Un placer mayor leerte.
Muchas gracias, Manuel. Está ligeramente inspirado en mis veranos de adolescente, pero no es autobiográfico del todo. Un abrazo
Ya me lo había imaginado. Saludos
Magnífico ‘remake’ Mayte, me ha encantado y su final abierto también 🙂
Un abrazo
¡Muchas gracias, Úrsula! Un abrazo 😘
Me ha hecho gracia el repaso de las «nacionalidades» y me ha sorprendido de entrada el tomar de nuevo la historia, saltando de los 14 a los 15. Pero me esperaba algún cambio sustancial, radical, orientado a asegurar que en el remake iba a triunfar con los chicos, o al menos que alguno se iba a fijar en ella. Una especie de espabilamiento a marchas forzadas, por las decepciones que te propina la vida. Pero nada de eso pasó.
Claro que aquí hay como mínimo dos posibilidades: uno, simple capricho de la escritora, y cada vez es una chica diferente la protagonista. Y dos, en verdad es la misma un año mayor. Eso queda como incógnita. Pero bueno, quizá a los 20 espabila y arrasa con los chicos, o con otra chica. Como cortaste antes no podremos saberlo.
Un abrazo.
La idea del relato es que ese «verano de su vida’ tan esperado nunca llega. La protagonista es la misma con un año más. Cada verano es casi igual al anterior, solo cambian algunas personas y algunas acciones fruto de la edad (por ejemplo, el primer año se sientan en los columpios por la noche a comer pipas y en el último se escapan a un pub). Está ligeramente inspirado en mis veranos de adolescente en una urbanización que estaba cerca de Cambrils. Un abrazo.
Ahhhh…. jajaja. La idea que apuntas se me pasó por la cabeza muy sutilmente, y aunque queda bastante sobre la mesa no lo apunté. Muy sagaz y muy cierta. Ya noté esas ligeras variaciones… los columpios, después sorteando acechadores y después turistas borrachos. Se va perdiendo la inocencia.
También es un mero ejercicio estilístico. En música clásica se estila lo de «Variaciones sobre un tema de Haydn», o «de Schumann». Ciao.
Eso es. La repetición es también un recurso estilístico en literatura.
Ah, Mayte… bueno sí, a veces nuestros veranos pueden ser la rehostia, muy intensos, geniales. Nunca sabes…
Je, je, muy bueno. Me temo que a veces es mejor revisar el concepto que tenemos de el mejor loquesea… Pero la adolescencia es muy dura, sobre todo si te crecen las muy tarde (o nunca).
Un besote. 🙂
*las tetas. Vaya, me he autocensurado
Jajaja
Jajaja… Exacto. La adolescencia con tetas grandes seguro que es más fácil.
Siendo de Carabanchel, habría apostado más por un ‘Pan de Higo’ o ‘Flojos de Pantalón’ del maestro Rosendo. Ahí creo que fue el punto donde el verano que pudo ser el de tu vida se convirtió en una espiral con ciertos matices periódicos. Espero que por fin salieras de la espiral y hayas podido hacer tu propia parábola, hipérbole o elipse.
Un gusto leerte, compañera. Adelante!
Es que hacerse la cosmopolita a veces no compensa. ¡Gracias por leerlo y por tu comentario! Un abrazo.
La adolescencia, que horror el atracón de hormonas atravesado en la garganta y el tractor ronroneando entre las patatas. Un besazo.
Desde luego, es una época extraña que se nos queda grabada para siempre. Un abrazo, Carlos.
Muy bonito Mayte, y muy real en esas edades!!
Besicos muchos.
Muchas gracias, Nani, por pasarte y dejarme tu comentario. Un abrazo.
Qué bueno! Yo también tenía veranos así. Y por mucho que hiciera remakes nunca encontraba el final de película que buscaba. Suerte!!
Gracias, Sara!! Al menos ahora lo recuerdo y hasta me río 😂😂. Un beso y suerte a ti también.
Me parece genial la idea repetitiva, en la que aunque se tenga un año más, hay parámetros que no cambian nunca. Pero así es la vida, el final a menudo no es el deseado y a esas edades, aún más. Seguro que la chica de Carabanchel encontraría su momento. No todo es cuestión de tetas. Un abrazo Mayte.
Jajaja, me ha hecho gracia tu frase final, me ha recordado al título de una serie que echaron hace tiempo: «Sin tetas no hay paraíso». Ya sabes, la adolescencia es dura, las chicas creen que los chicos solo se fijan en eso… Un abrazo.
Qué bueno. Me ha encantado esta narración con misma estructura y resultado. Varios veranos en pocas palabras. Claro clarísimo. Un abrazo😊
Muchas gracias por leer el relato y dejarme tu comentario. Un abrazo 😊
¡¡Con lo que molan las madrileñas!!, a esas edades las expectativas son altas y las decepciones también, afortunadamente en cuanto se nos pasa la edad del pavo, espabilamos, me siento identificado (en hombre) con la historia. Un abrazo
Las madrileñas molamos, claro que sí, jaja. Efectivamente, a esa edad todo es muy complicado y seguramente la alemana, la francesa y la italiana tenían también sus propios complejos. Un abrazo
Demasiado tiempo sin pasar por wordpress. Pero qué bien escribes, querida, ¡qué bien!
¡Gracias, amiga! Este relato lo presenté a uno de los concursos de Zenda, «el verano de tu vida», pero no tuve éxito. Pensé en publicarlo también en Instagram, pero había que trocearlo y eso sí que no… (trocear una reseña todavía, pero un relato me niego…).
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