“Si pudieras pedir un deseo, ¿cuál elegirías?”, te preguntó tu hijo mientras jugabais a Aladino con la vieja lámpara de aceite que la abuela guardaba en el desván. “Correr como un guepardo”, respondiste. “¿No preferirías ser un galgo o un caballo?”, te preguntó él. Ahora, con un insólito acelerón inicial, te colocas el primero de la carrera. “Los guepardos ganan siempre porque pueden acelerar de cero a noventa en cuestión de segundos”, le explicaste al niño aquella tarde. Una brisa seca, demasiado cálida para estas fechas y estas latitudes, te roza la cara. Pronto dejas atrás al resto de corredores. El suelo adoquinado se llena de un polvo amarillento y los edificios renacentistas adquieren la forma arbórea de viejos baobabs. Una pelambrera punteada asoma bajo tu dorsal con el número veintiocho y, a escasos metros, un avestruz inquieto amenaza con robarte el primer puesto de la meta.
Mención especial del jurado en el XI Concurso de Microrrelatos San Silvestre Salmantina
Qué habilidad sigues teniendo para engañar al lector y terminar con un giro inesperado…
Por cierto que he tenido una neuróloga con tu mismo nombre y apellido, lástima que se haya mudado de ciudad, quiero creer que por amor.
Un abrazo navideño, Paco
Gracias, Paco. De vez en cuando le sigo dando al microrrelato. Feliz año nuevo. Abrazos.
Qué alegría leerte de nuevo.
Un abrazo, Mayte.
Gracias, Margarita. ¡Felices fiestas! Abrazos.
Ese final… Como quien regresa tras un largo tiempo y acelera cuando le viene en gana para vencer.
Sonrisas.
Gracias, Joiel. Sonrisas y abrazos.