Ella tomó su violín, el mismo que llevaba tocando desde los ocho años, y lo apoyó suavemente entre el cuello y el hombro. La pieza que iba a tocar a continuación era verdaderamente compleja, tal vez una de las más difíciles jamás compuestas para ese instrumento. Cuando estudiaba el último año del conservatorio, ningún alumno en la historia de la prestigiosa institución había conseguido ejecutar esa pieza excepto ella. Tal vez el público que estaba allí aquel día fuese especialmente sensible a la música, o quizás más conocedor de la complejidad que entrañaba la melodía elegida. Fuera cual fuese la razón, los aplausos se extendieron durante varios minutos cuando el violín terminó de sonar. Y no solo fueron generosos con la ovación, sino también con la cantidad de monedas que depositaron sobre el platito de plástico que ella colocaba en el suelo de la plaza unos minutos antes de cada exhibición.
Este lo he visto venir, creo que porque es algo que me llama mucho la atención. Muy buen relato, Maite. Un abrazo.
Gracias, Luna. Un abrazo
Muy bueno!
Gracias, Claudia!!
tu eres la sinfonía austera de tu vida, el solista impecable de tu historia…
Qué bonito!! Gracias, Daxiel
Me ha dado melancolía,soy violinista. ¡Gracias!
Me encanta saber que te ha gustado, sobre todo teniendo en cuenta que eres violinista. Un abrazo y gracias por pasarte y comentar
Es un tanto melancólico, pero la verdad es que en la calle encontramos a mucha gente que no ha encontrado su oportunidad. Y algunos de verdad la merecerían.
Me ha gustado. Un abrazo Mayte.
Muchas gracias, Carlos. Efectivamente, hay grandes artistas callejeros. Un abrazo
Muy grande! Y es que el amor por la música es algo muy especial…
Sí que lo es…
Fantástico relato aludiendo a aquellos artistas que viven en la sombra, como supongo lo eres tú. Hasta el próximo encuentro literario.
Hay muchos artistas en la sombra, efectivamente. Un abrazo