Ciento veinte escalones

Solo me ausento durante ocho o nueve minutos, el tiempo que se tarda en bajar y subir los siete pisos del edificio a una velocidad media. Desciendo con las manos metidas en los bolsillos para no tocar la barandilla. En el rellano del sexto huele a guiso de carne con verduras, o algo parecido. En el del quinto, todos los vecinos han dejado fuera su calzado, zapatillas de deporte en su mayoría. Ayer solo era el del quinto A quien tenía fuera sus deportivas; parece que el miedo y sus prácticas se expanden a una velocidad insólita. Avanzo hasta el cuarto pensando que tal vez nosotros deberíamos hacer lo mismo. Cuando llego al tercero  he descartado la idea; ya tengo suficiente dosis de paranoia en la cabeza. Los mellizos del segundo gritan, se pegan, desquician a su madre tras las paredes carcelarias. Se escucha música en el primero, algún grupo de pop rock que no soy capaz de identificar. Llego a la planta baja y reviso el buzón del correo. Nada. Ni siquiera el banco se acordó de nosotros.

Me acerco a la puerta de salida. Resisto la tentación de girar el pomo, de cruzar el umbral, de salir a la calle y respirar el aire de esta ciudad doliente. Regreso sobre mis pasos y comienzo el ascenso.

Una voz masculina de dudosa afinación acompaña el sonido enlatado del disco que suena en el primero. En el segundo piso, los mellizos continúan su batalla. La voz de la madre, exhausta, repite con indolencia: «Parad ya, por favor, que os vais a hacer daño». A medida que avanzo, mi pulso se acelera, la respiración se agita. En el cuarto piso, releo por enésima vez el cartel pegado junto a la pared del ascensor, una hoja mecanografiada donde se informa de los nuevos horarios de recogida de basuras. Ahí siguen las zapatillas deportivas en el quinto piso. Vuelvo a plantearme  si también nosotros deberíamos hacer lo mismo. Imagino un ejército de bolitas malignas microscópicas adheridas a las suelas de mis zapatos. En la entreplanta del sexto y el séptimo, me asomo al ventanuco enclavado a la altura de mi frente. Solo se ve el cielo, hermoso y limpio como pocas veces se observa en esta ciudad enferma. Los pájaros trinan, cantan, copulan como locos sobre las ramas de unos árboles que no veo, en mitad de esta primavera extraña. «Todo esto es ahora nuestro», pensarán ellos, con las alas extendidas. «Por fin es nuestro».

Ahora son los sonidos de mi propia casa los que se oyen: la televisión encendida con una serie infantil de Netflix, la risa de mi hijo, aguda e ingenua, enseñándome cada día, cada minuto, que la felicidad existe en cincuenta metros cuadrados.


Este relato ha resultado ganador del Concurso «Historias sobre nuestros héroes»,  convocado por Zenda. 

36 comentarios en “Ciento veinte escalones

  1. Un relato en ciento veinte pasos sobre la capacidad de adaptación, también formamos parte de la naturaleza y ahora cedemos parte del espacio que en otro tiempo invadimos en busca de la eficiencia económica. Un beso.

      1. Siento una enorme indignación ante la propaganda de esta crisis, la primera línea en esta lucha son los ciudadanos que sacrifican su libertad, los niños confinados, los padres y los hijos que sólo se comunican por vídeo. Y nadie parece recordar primero el enorme sacrificio que realizamos y segundo que vamos a sufragar con nuestro esfuerzo las consecuencias de los errores que otros cometen. Un abrazo.

  2. ¡Con cuántas vidas y realidades te cruzas a lo largo de esos escalones! Me ha gustado mucho, Mayte. Creo que, cuando podamos salir, lo haremos con una extraña sensación (culpa, miedo…) Habrá que desaprender y aprender de nuevo. Un abrazo fuerte y mucho ánimo.

    1. ¡Guau, gracias, Aránzazu! He leído dos novelas de Sara Mesa y me encanta, así que es un gran elogio que me compares con ella.
      Es un relato autobiográfico que se me ocurrió un día mientras hacía eso mismo de lo que trata el relato, subir y bajar escalones. Un abrazo

  3. Pingback: Ganador y finalistas del concurso de historias sobre #NuestrosHéroes

    1. Muchas gracias, Aránzazu. Ha sido una sorpresa increíble. Pensaba que ganaría un relato sobre médicos o enfermeras. Creía que mi pequeño héroe era demasiado pequeño para competir con el resto. Un abrazo

  4. Pingback: Diario de un confinamiento (XXI). Por Mayte Blasco | Blog y taller literario del grupo de escritores: Primaduroverales

    1. Muchas gracias, Carlos. Fue una gran sorpresa que me dieran el premio, sobre todo porque no tuve que inventar nada, solo contar una escena mi anodina (o quizás no tan anodina) rutina diaria. Un abrazo.

  5. Y sucedió lo que tenía que ser. Ese premio te lo merecías hace mucho rato ya. Muchas Felicitaciones de mi parte y también de mi esposa Nivia que un fiel seguidora de tus escritos. Un gran abrazo por ese logro.
    Con el cariño de siempre
    Manuel

  6. Pingback: Traducciones insólitas – El blog de Mae

  7. Leído, lo podría subscribir al cien por cien, incluidas zapatillas, que yo nunca saqué, discusiones, músicas y demás, aunque yo, cómo tu hijo, me puse en modo zen y traté de no amargarme demasiado la vida y creo que hasta lo conseguí (lo peor era hacer running por el pasillo😐 y los aplausos de las 8 a los que, no me digas, por qué, pero les tomé manía). Yo es escribí un historia de amor “ Amor en tiempos de coronavirus”, casi robando el titulo a un Nobel. Enhorabuena de nuevo.

    1. Muchas gracias, Juan Carlos. Lo acabo de releer y parece que ha pasado una eternidad desde entonces, aunque las cosas no hayan mejorado mucho. El tiempo se percibe distinto este año, al menos eso me parece a mí. Quiero leer tu relato «Amor en tiempos de coronavirus». ¿Está en tu blog?

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